Soy María Eugenia Schmuck.
Soy rosarina, radical, concejal y docente.
Soy madre, amiga, esposa, laburante.
Rosario es mi ciudad, la de mis hijos, nunca viví en otro lado.
Nací en una casa que mi familia alquilaba en calle Santiago entre San Juan y Mendoza.
Vengo de una familia de laburantes. Mi papá era médico. Mi mamá, ama de casa. Ellos estuvieron siempre, me enseñaron el valor de la palabra, de la familia. Mi vieja me enseñó además a valerme por mí misma, me hizo entender la importancia que tiene la independencia para una mujer. Me impulsó a estudiar y trabajar, a esforzarme para lograr lo que quería en la vida. De mi viejo tengo mucho, se fue hace unos años y lo extraño como si hubiese sido ayer. Soy testaruda, laburante y firme como él.
Desde chica siempre me sensibilizaron las injusticias, nunca me fueron indiferentes. Eso es lo que trato de transmitirles siempre a mis hijos: no ser indiferentes ante el dolor ajeno, porque es importante involucrarse, escuchar y acompañar a quien la está pasando mal. Por eso cuando terminé el secundario y elegí carrera, opté por Ciencias Políticas. Porque entiendo la política como forma de servir a la comunidad. No podría haber estudiado otra cosa porque no es mi profesión, es algo muchísimo más profundo. Es mi vocación y mi pasión.
De adolescente me afilié a la Unión Cívica Radical, con Raúl Alfonsín como gran referente, con el diálogo y la honestidad como principios. Apenas empecé la facultad me sumé a Franja Morada, que era el espacio radical desde donde defendimos la universidad pública. Fui la presidenta del centro de estudiantes. Tuve la suerte de formar parte de una generación que se animó a pensar distinto. En esa época éramos pocas mujeres, siempre intenté motivar a otras a que se sumaran. Cuando miro para atrás veo algo que muchos no pueden ver: veo que cuando era adolescente levantaba las mismas banderas que levanto hoy. Y con los mismos compañeros, con los que soñamos una Rosario diferente hace más de veinte años.
La universidad pública me cambió la vida. Fue y es mi hogar. Mi refugio. Me dio al amor de mi vida y al padre de mis hijos, me dio los compañeros de ruta más incondicionales. Fue una escuela de lucha y de valores. La universidad fue donde, además, nació mi amor por la lectura y el debate democratico. Fue donde conocí a Alfonsin, su valentía, su honestidad y su compromiso por el país.
Apenas terminé mi carrera comencé a dar clases, orgullosa de ser docente en la universidad pública, un espacio de diversidad ideológica donde se forman nuevas generaciones.
Voy a defender siempre los valores de la educación pública y el derecho de que todos puedan estudiar en ella.
Una vez recibida, me convocó Miguel Lifschitz, a quien siempre voy a estar agradecida. Aprendí mucho de él. Trabajé en proyectos vinculados a la economía estratégica de la ciudad y la región, que ayudaron a poder tomar decisiones y definir políticas públicas innovadoras para mejorar la calidad de vida de los rosarinos.
Esa ciudad del futuro que pensamos y soñamos hace veinte años está vinculada a muchas acciones que hoy llevamos adelante desde la Intendencia con Pablo Javkin.
Luego, desde la Secretaría de Producción, encabecé la creación de la dirección de Promoción Económica. Desde ahí acompañamos el desarrollo de emprendimientos y pymes locales. Lanzamos los primeros créditos para comerciantes de barrios, pensamos una ciudad multicéntrica, en la que el asociativismo y la cooperación fueran clave.
Durante todo este tiempo la militancia política siguió siendo mi vida, tuve el honor de ser vicepresidenta de la UCR de Rosario.
Luego fui elegida para integrar el Concejo. Como concejala me la paso pateando la calle, visitando barrios, escuchando a la gente. Patear la calle fue la capacitación más importante que tuve en mi vida. Creo que cuando se trabaja seriamente, con compromiso y preparación, el Concejo puede ser un eje de cambio. Puede y debe ser el ámbito que escuche a los vecinos y donde se resuelvan sus problemas.
Durante estos años presenté proyectos que buscaron aportar soluciones cotidianas para rosarinas y rosarinos. Proyectos para mejorar la seguridad vial, para evitar la explotación de las mujeres, para proteger los derechos de los consumidores, para controlar a las empresas del estado, entre muchas otras cosas.
Fui elegida tres veces presidenta del Concejo rosarino por mis compañeras y compañeros. Es un lugar que asumo como gran desafío y desde donde trabajo para generar consenso entre las fuerzas. En tiempos de grieta, logramos poner los intereses de los rosarinos por encima de cualquier diferencia política. De esa manera pudimos impulsar iniciativas del gobierno municipal en temas urgentes pero también construimos una agenda de temas prioritarios para la ciudad, atentos a las necesidades de los diferentes barrios.
Uno de los grandes acuerdos logrados fue el que permitió aprobar la ordenanza de alcohol cero al volante. Tras un intenso debate entre diferentes fuerzas políticas, logramos también avanzar con un nuevo Código de Convivencia. Además, convertimos a Rosario en la primera ciudad argentina con una ordenanza contra el lavado de activos.
Mi viejo, tipo honrado si los hubo, me exigía desde el ejemplo. Caminar hoy por Rosario y que la gente me hable de él haciendo referencia a su don de gente es la herencia más valiosa que puedo tener.
Quiero lo mismo para mis hijos, Ivo y Emma. Quiero que de grandes caminen con sus hijos por las calles de la ciudad y les digan que su madre trabajó por los demás, que ayudó a solucionar problemas.
Creo que Rosario necesita política de la buena, esa que protege a sus ciudadanos, que impulsa el crecimiento económico, que tiene coraje para enfrentar a las mafias, que se planta para reclamar recursos federales, que dialoga y logra consensos para superar cualquier grieta. Esa política donde lo más importante es la gente.